Podría arriesgarme y decir que
aquello que viví en ese poco tiempo no lo había visto en ningún lugar de los
que había estado.
Por un viaje de intercambio
tuve la desgracia o la fortuna de ir a un pequeño pueblo del Aragón menos
conocido y con más belleza del mundo.
Pude contemplar, esos bonitos
parques llenos de adolescentes ya con tentaciones a la medicina y a otros con
tentaciones a la jardinería, esas majestuosas fuentes, las cuales ninguna da
agua, esas bonitas tonalidades grises del cielo, los papeles perfectamente
apilados en fila y amontonados en diversos puntos del pueblo, … En fin, el
paraíso…
Me alojaba en casa de una
familia, sencilla, humilde y la cual “no se dejaba nada dentro”, es decir,
estuviera un desconocido como yo o el mismo presidente de los Estados Unidos,
no se cortaban a nada. Se podía decir que eran muy “naturales”. Tenían un
lenguaje bastante peculiar entre ellos. La primera vez que lo escuche, nada de
lo que había aprendido durante 8 años se parecía a aquello.
Eso sí, cariñosos a más no
poder. Hubiera sido un asesino, o cualquier cosa peor, que nada más verme un
achuchón junto con un abrazo que me dejaba sin respiración me recibía y eso
cada vez que me veían…
Como bien decía antes estaba
en un intercambio de estudios, y tenía que ir durante una semana al instituto.
Ni el circo del sol pudo sorprenderme tanto como lo hicieron los 784 alumnos y
los 84 profesores que allí estaban día a día.
Después de la visita al pueblo
y de conocer algunas de las peculiares costumbres de allí, pensaba que mi
asombro estaba más que satisfecho, pero durante la semana cada día aumentaba
más.
De camino al centro, muchos
iban por camino contrario, sabiendo que en breves momentos las clases
empezaban. No lo entendía muy bien, pero seguí mi camino hacia el instituto.
Al llegar observe como las
miradas se centraban en mí y como los cuchicheos aumentaron sobre manera. Alce
el paso, no sé si con miedo a que alguien se cruzara y me dijera algo o con
entusiasmo de seguir conociendo a las personas de allí.
A las 8:25 ya estaba presente
en la clase, y a diferencia de aquellos que supuestamente me acompañarían en
ésta.
Me pregunté a mi mismo si quizás
me habría confundido de clase, porque ni el profesor estaba presente.
Cinco o diez minutos después
empezaron a entrar en mogollón todos los que serían mis compañeros durante una
semana.
Todos ellos empezaron a
saludarse, o eso me dijeron que hacían porque más que eso parecía que estaban
en plena pelea.
- ¿QUÉ PASA CABRÓN? - Dijo uno
alzando la voz y mientras empujando a otro, quedando este último desplazado
hasta la otra punta del aula.
- ¡EIIIIIS! - Dijo otro al
entrar mientras cogía a uno del cuello, le agarraba y con la otra mano
refrotaba la cabeza de éste cual lámpara mágica.
Todos así, unos contra otros
tirados por el suelo y saludándose cual cromañones en plena pelea.
Mi idea principal era intentar
integrarme, pero casi preferí que no me vieran por temor a salir con el cuello
fracturado o la espalda dislocada.
Diez minutos después una
mujer, que supuestamente era la profesora de Lengua Castellana y Literatura
entró por la puerta y todos los alumnos se sentaron y callaron.
A pesar de su retraso, se le veía con maneras
y quise escuchar para a ver si mis clases de español de 8 años habían dado
resultados y entendía todo lo que ella nos explicaba.
Pero comprendí entonces que
los sueños solo son fantasías e ilusiones como bien se planteaba Calderón. Mi
decepción con aquella ilusión fue enorme.
Pensaba que después de aquel
idioma de comunicación entre los miembros de mi familia de acogida era lo más incomprensible
que vería y escucharía en mi estancia en España, pero después de ver las
maneras de aquella mujer a la que se le llamaba “profesora” mis esperanzas de
reforzar el español cayeron en picado.
Como desde el principio de
mañana, ni con la profesora de Lengua me enteraba de algo, quise hacer
esfuerzos de integrarme. Un grupo muy peculiar y variopinto, quiso ayudarme a
integrarme esos días en aquel lugar.
Estaba tan entusiasmado que
aún sin entender lo que me decían, pase con ellos las tardes en un lugar el
cual llamaban “piña”. No perdón no se
llamaba “piña”. Le llamaban “PEÑA”
Me explicaron que era un lugar
donde pasaban la tarde ellos y así no tenían frío. Eso es lo que conseguí entenderles,
pero ya vi que o ellos no se explicaban, o yo tenía que cambiar de academia de
idiomas.
La misma puerta, rota, sin
cerradura, malgastada por el paso del tiempo, y que ni rozaba el suelo
consiguió sorprenderme.
Al entrar, ni con el sol
resplandeciente que había en el exterior, podía verse allí dentro. Tuve que bajar
unas escaleras, las cuales parecían un tobogán porque cada escalón media 5 cm
de ancho y yo que no tenía tampoco el pie muy grande no podía ni pisar, así que
como hicieron los demás pegue un salto que ni los olímpicos lo conseguirían creo
yo.
Aquel lugar resulto ser lúgubre,
mal oliente y repugnante, además de congelador porque hacía más frío dentro que
fuera. La verdad que no entendía como me pudieron decir que pasaban las tardes
allí para no pasar frío.
En cada paso que daba no sabía
que pisaba porque no había suelo, no. Había basura dispuesta como suelo, goteras
por todo el techo, si es que había techo porque entraba más luz por las goteras
que por las ventanas. Al fondo de aquel lugar había dos sofás. En uno estaba el
amor en vivo entre varias parejas, y en el otro solo había humo y risas.
No quise averiguar la razón de
las risas ni del humo así que desaparecí de allí lo más deprisa posible.
Creo que no hará falta que
describa todos mis días allí porque con contar el primero, los siguientes no
iban a cambiar ni mucho menos a mejorar
No sabría terminar con ninguna
opinión, así que solamente puedo decir que debo cambiarme de academia.
Jajjaj ¡Me encanta, Belén! Has tenido una idea buenísima. ¡Enhorabuena! (Otra vez...)
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