“El
ambiente era frío, como si se hubiese congelado el tiempo. Por fin había
conseguido lo que deseaba, la ciudad era mía. Años y años planeando mi venganza
y aún así no estaba conforme, ¿para qué quería tanto si lo único que conservaba
era la fiel soledad? Una vez más el mundo me estaba dando la espalda.
Era
31 de octubre, halloween. Los niños eran felices correteando con sus disfraces
y yo estaba contento de saber que la dicha pronto iba a acabar. Salí disfrazado
de payaso para no llamar demasiado la atención. Me dirigía hacia mi refugio; el
único sitio en el que era libre. Anduve un par de kilómetros hasta las afueras
de la ciudad y por fin llegué. Era una pequeña cueva apartada del ruido y de la
sociedad. Estaba llena de telarañas y pócimas y eso me reconfortaba. Allí me
estaba esperando mi Taipan, una serpiente de origen australiano. Posee un
aspecto embaucador. Es marrón oscura y su veneno es tan letal que es capaz de
matar a un ser humano en cuestión de horas.
Cogí
el brebaje del reptil y volví a casa. Estaba todo planeado y tenía la certeza
de que iba a salir perfecto. El tiempo de espera se me hizo larguísimo. Por
primera vez sentí algo que la gente suele llamar ansiedad. Se me hizo un nudo
en la garganta y no podía dejar de dar vueltas por mi habitación.
Al
cabo de un rato, al percibir que la tarde estaba muriendo, decidí salir a la
calle con el fin de conseguir mi propósito: dejar vacía la ciudad. Era muy
sencillo, con hacer que alguien bebiese un poco de la poción, la población
decaería en cuestión de horas. Pero, ¿cómo hacerlo? Me adentré por las callejas
de Cassel hasta dar con una taberna vieja y destartalada. Me presenté ante un
grupo de cinco hombres de mediana edad, estaban borrachos y eso facilitaba la
situación. Me acerqué a la barra y les invité a beber unas copas del mejor
vino. Aceptaron encantados. Todo marchaba sobre ruedas. En cuanto dieron el
último sorbo huyeron como locos pidiendo auxilio. Salí y merodeé hasta llegar
al centro. La gente se asfixiaba, aquella imagen era un éxtasis para mis ojos.
Pude ver cómo el alma y cuerpo de aquellos mortales se consumía como una vela.
Mi felicidad iba en aumento conforme pasaban los minutos. Contemplé sus figuras
desintegradas y esparcidas por el suelo. Por fin podía decir que la ciudad
estaba derruida. Me había vengado de todos aquellos que no creyeron en mí, en
mi gran proyecto. Me expulsaron del “International Scientific Club”. ¿Sabéis?
Es imposible aceptar que anulen tu gran obra. Después de haber estado
investigando durante años, no iba a consentir que me tachasen de perturbado. Yo
sabía que mi mente era, científicamente hablando, mucho más avanzada que la de
ellos y lo había demostrado. Había conseguido fusionar el veneno de una
serpiente con una poción y lograr que fuese una especie de virus contagioso
entre los humanos, desintegrando su cuerpo a la vez que su alma en pocas horas.
Estaba
feliz y entusiasmado por mi gran logro y a la vez me sentía un ser lamentable y
despreciable. Deambulaba por la ciudad sin rumbo. Mi mirada estaba perdida y mi
mente igual. Me había apoderado del lugar, lo había destruido y sin embargo
sentía que no había servido para nada. Me encontraba en el punto de partida, sólo
e incomprendido, mi gran obra final no me había satisfecho; todo lo contrario,
me estaba destruyendo por dentro haciéndome sentir el ser más vacío de la faz
de la tierra. Me miraba al espejo y veía
en mi cara un gesto de satisfacción y de
alegría, pero enfocaba en mis ojos y solo veía desesperación y frustración.
Hoy,
1 de noviembre de 2050, dejo de tomar el antídoto, mi cuerpo y mi alma se
desintegrarán en muy pocas horas. Este es mi negro testamento”
-Noticia
de última hora: en la búsqueda de pistas del holocausto de Cassel, se ha
encontrado un tétrico documento que detalla los motivos y la forma del suceso,
todo ello maquinado por el científico que se pensaba muerto en la década
pasada, Klaus Stäbler.
Escalofriante y muy bien escrito. ¡Enhorabuena!
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